Abril de 2025 fue el segundo mes más cálido jamás registrado a nivel global, en un contexto donde las temperaturas se mantuvieron 1,58°C por encima de los niveles preindustriales, superando el límite de 1,5°C establecido por el Acuerdo de París. Ante este panorama, acelerar la transición hacia una matriz energética más limpia se vuelve urgente.
Según el Índice de Transición Energética 2025 del Foro Económico Mundial, el impulso global hacia energías sostenibles repuntó un 1,1%, el doble del promedio registrado en los últimos tres años. Si bien casi dos tercios de los países mejoraron su desempeño, las energías limpias representan apenas el 14,8% del total, lejos de lo necesario para alcanzar la carbono neutralidad hacia 2050.
El informe destaca que la transición debe equilibrar tres dimensiones: sostenibilidad, equidad y seguridad energética. En 2025, el mayor avance se dio en equidad (2,2%) gracias a la caída de precios y una mayor accesibilidad. En sostenibilidad, el progreso fue del 1,2%, impulsado por el crecimiento de las renovables y mejoras en eficiencia. Sin embargo, la seguridad energética sigue siendo un punto crítico: apenas creció un 0,4%, y solo el 28% de los países mostró avances en los tres ejes.
Entre los casos destacados se encuentran Albania y Bulgaria, con mejoras sustanciales en sostenibilidad; y Rumania, en equidad. En cuanto a liderazgo global, los países nórdicos siguen al frente, aunque economías como Letonia y Emiratos Árabes Unidos registraron los mayores saltos, gracias a políticas específicas y reformas energéticas.
Aunque la inversión en energía limpia superó los USD 2 billones en 2024, el ritmo de crecimiento se desacelera. Factores como la inflación, el endeudamiento, las tensiones geopolíticas y la fragmentación de las cadenas de suministro afectan la disponibilidad de capital, sobre todo en economías emergentes.
El Foro advierte que, más que una estrategia única, se requiere una ejecución local adaptada al contexto de cada país. Entre las recomendaciones se destacan: generar marcos regulatorios estables, modernizar infraestructura, formar talento técnico, promover innovación y destrabar inversiones en mercados en desarrollo.
En definitiva, lograr una transición energética exitosa requerirá coordinar esfuerzos globales con acciones locales, asegurando que el avance hacia sistemas más sostenibles sea también equitativo y resiliente.